¿La historia vuelve a repetirse?

Por Rogelio Alaniz

“Es como el huevo de la serpiente. A través de las finas membranas uno distingue con claridad al reptil”. Ingmar Bergman. Sergio Massa ¿es el heredero o el sepulturero del kirchnerismo? No hay una respuesta exclusiva a esta pregunta. El hombre que hasta hace un par de semanas no sabía si  ser opositor u oficialista, será una cosa o la otra según lo dicten las circunstancias. En todos los casos, lo seguro es que nunca dejará de ser peronista.

Así y todo, en nombre del realismo, sinceros opositores a la señora estiman que la única manera de sacarse de encima a un gobierno detestable es apoyar a alguien que criado en las entrañas del monstruo pueda ser capaz de poner fin a la pesadilla. El razonamiento tiene su lógica. Incluso su lógica histórica. Como se sabe, los argentinos pudieron desembarazarse de Rosas gracias a la traición del hombre fuerte del régimen, del caudillo que se parecía a Juan Manuel hasta en sus vicios.

Urquiza fue ese hombre. Opositores empecinados como Varela, Echeverría y luego Alberdi admitieron que era la única posibilidad de derrocar al tirano. Alsina, Mitre y Sarmiento presentaron sus objeciones, pero lo que se impuso fue la salida urquicista. Sin embargo, el ganador de Caseros entró a Buenos Aires luciendo la odiosa divisa punzó. Se dice que el espectáculo les hizo arrugar la frente a los porteños, pero nadie en su momento dijo una palabra, entre otras cosas, porque durante veinte años Buenos Aires se había vestido de rojo y la gran mayoría de esos porteños adularon hasta la obsecuencia al Restaurador de las Leyes. Al Restaurador y a su hija Manuelita.

Después del pronunciamiento de Urquiza, y antes de Caseros, en Buenos Aires se organizaron actos de desagravio, donde los vecinos respetables de la ciudad se florearon en lisonjas y salvajes juramentos de lealtad a Juan Manuel. Unos días más tarde, todos los que adularon a Rosas se pasaron con armas y bagajes a la causa de Urquiza.

Al jolgorio de adhesiones se sumaron los gobernadores. Cuando Urquiza emitió su célebre pronunciamiento, la inmensa mayoría de ellos miró para otro lado. Al otro día de Caseros, cuando la sangre de los muertos en la batalla aún estaba fresca, descubrieron las bondades de Urquiza y mansos como ovejas se prepararon para marchar hacia San Nicolás.

Transcurrieron más de ciento sesenta años y, a pesar de todo, ciertas conductas, cierta manera de defender los intereses, cierto estilo para traicionar, se mantienen intactos. Es verdad que la historia cambia, los escenarios no son los mismos, pero pareciera que la relación con el becerro de oro del poder persiste, tal vez porque ese deseo se mantiene vivo en el corazón de los hombres.

Sobre todos estos temas, los historiadores tienen la obligación de ser cautos. La historia está hecha de tiempo y la condición del tiempo es el cambio. Para quienes, por ejemplo, consideran que Massa podría ser Urquiza, y Cristina, Juan Manuel, no estará de más recordarles que el intendente de Tigre sólo se parece a Urquiza en el blanco del ojo y a la señora la comparación con Rosas le queda grande por los cuatro costados.

La ilusión de un peronismo democrático, modernizado y republicano, periódicamente ha alentado la fantasía de algunos peronistas, pero -y esto es lo notable- sobre todo de los antiperonistas. La hipótesis sostiene que al peronismo sólo lo puede corregir el peronismo. El postulado puede ser teóricamente interesante, aunque en los hechos lo que la historia se empecina en dejar en claro es que, efectivamente, el peronismo sucede al peronismo, aunque siempre queda pendiente para un futuro impreciso su corrección.

Se ha dicho que con Massa podría reanudarse una primavera peronista que en su momento encontró en Antonio Cafiero a su figura emblemática. Se lo dice y se lo desea. Massa vendría a ser un nuevo Cafiero, algo así como una versión socialdemócrata del peronismo. La interpretación es juguetona, pero a la hora de confrontarla con la impiadosa realidad, su naufragio es estrepitoso. Es más, el primer asombrado de semejante comparación sería el propio Massa, a quien, si alguna comparación le compete no es con Juan B. Justo, sino con Álvaro Alsogaray.

A aquellos que suspiran y se les humedecen los ojos por el ejemplo de Cafiero, bueno es recordarles que don Antonio perdió, y perdió en la única elección interna que el peronismo se permitió en su historia. Esto quiere decir que la renovación de Cafiero habrá sido muy simpática, muy progresista, pero tenía un límite y ese límite lo daban los propios peronistas que a la hora de la verdad eligieron a Menem, porque con infalible instinto populista percibieron que allí se expresaba el verdadero peronismo, mientras que lo de Cafiero eran maniobras promovidas por la derrota de 1983.

Como se recordará, al otro día de la derrota de Cafiero sus principales apóstoles se hicieron menemistas, en nombre del lema ortodoxo de que el pueblo nunca se equivoca. José Luis Manzano, una de las principales espadas de la renovación, se hizo cargo del Ministerio del Interior y en nombre de la consigna, robó para la corona, saldó sus deudas con el verdadero peronismo triunfante.

Convengamos que sólo a un intelectual estimulado por el alcohol se le puede ocurrir comparar a Massa o a Daniel Scioli con Felipe González o Willy Brandt. El estilo pertenece más al linaje menemista que al de la socialdemocracia. En efecto, ambos se iniciaron o transitaron por las carpas del riojano, y si algo hay que reconocerles es que no cambiaron, siempre fueron los mismos, partidarios de lo que Jorge Asís llama la agrupación “aire y sol” o “sol y lanchas”. Massa y Scioli hoy son rivales, pero muy bien podrían militar en las mismas filas. Los dos conciben a la política como el ejercicio exclusivo de la gestión despojada de toda consideración cultural. En la misma sintonía podríamos sumar a Martín Insaurralde.

Como dijera Beatriz Sarlo en una reciente entrevista, el cargo a presidente se cotiza bajo, para después agregar que de Massa, Scioli o Insaurralde no sabemos qué piensan sobre, por ejemplo, el lugar que le corresponde a la Argentina en el mundo. O los roles que debe ejercer el Estado y sus relaciones con la sociedad, el poder y la cultura. Todo se da por sabido, por sobreentendido. Si de tanta ambigüedad, silencio y banalidades algo queda en limpio, es la alineación de todos en el peronismo.

Lo que hoy más llama la atención es la semejanza de perfiles entre Scioli, Massa e Insaurralde. En este punto, las piruetas del kirchnerismo siguen siendo asombrosas. A la hora de recaudar, los operadores se llaman Báez, De Vido o Ulloa; a la hora de ejercer el poder real se llaman Aníbal Fernández, Carlos Kunkel, Guillermo Moreno y Diana Conti pero, sugestivamente, a la hora de presentar candidatos para las elecciones, los nombres son Scioli o Insaurralde.

¿Y Massa? Más de lo mismo. Sus vacilaciones para decidir si es oficialista u opositor responden a esa lógica, una lógica tramada con invisibles pero consistentes hilos que lo comprometen con el pasado. La historia del peronismo ha demostrado que peronista que llega al poder pretende quedarse para siempre. Así fue con Perón, con Menem y ahora con los Kirchner. ¿Por qué los futuros herederos no intentarán hacer lo mismo si esa ambición es la que han mamado desde chicos en las ubres del peronismo?

Por lo pronto, el estilo cortesano se mantiene intacto. Él, es decir Néstor, dispuso de Ella para asegurarse la dinastía perfecta. Ahora Massa cuenta con Malena Galmarini y Scioli dispone de Karina Rabolini. ¡Curiosa vocación republicana de estos flamantes peronistas que desde antes de llegar al poder preparan la misma fórmula que puso en marcha la pareja a la que ahora quieren heredar o sepultar! Pero mucho más curiosa es esa platea no peronista que sigue creyendo que al peronismo sólo lo corrige el peronismo, perdiendo de vista que al peronismo las victorias lo empecinan en sus numerosos vicios y no en sus escasas virtudes.

Fuente: Diario El Litoral